04 mayo 2021

El tigre herido...

Los peores zarpazos los da el tigre herido, refiere la sabiduría oriental. 

Torpes y desmañados figurantes entonan cánticos de victoria repartiendo la piel del tigre al que creen malherido y lacerado. 

Su torpeza se transfigura en pánico cuando, ebrios de su aparente victoria, se acercan demasiado al tigre yacente para calibrar el botín de su caza. 

A cada cual... lo suyo, ni más, ni menos...


27 abril 2021

El imperio de la postverdad

Asistimos embobados y estupefactos a un escenario mediático global donde todo aquel que tiene la menor oportunidad “miente como un bellaco”, valga la expresión clásica, pero, al menos oficialmente, pretende proyectar cercanía, humanidad y convicción. El resultado de este neopopulismo es devastador para la ciudadanía, a la que ya no le sorprende nada porque ha perdido, si es que alguna vez la tuvo, la capacidad de análisis crítico.


La postverdad no es más que una distorsión, deliberada y dolosa, de cualquier realidad que se narra o describe. Eso sí, manipula hábilmente las emociones de los destinatarios, apelando a sus creencias esencialistas, todo ello con objeto de medrar e influir en las actitudes de los sujetos ante los discursos bañados del bálsamo de la postverdad.

Si bien la manipulación de masas no es un fenómeno novísimo, el origen contemporáneo del término postverdad es atribuible a un bloguero, David Roberts, que acuñó el concepto en el año 2010, en una de sus publicaciones.

Aquí, los hechos objetivos pierden importancia y, por ende, influencia en la ciudadanía, ya que el bombardeo continuo de mensajes que apelan a emociones y creencias banales logra amoldar y modelar la opinión pública y, como consecuencia de esto, se consigue influir poderosamente en las actitudes sociales de los ciudadanos.

Son verdades simples, enlatadas, maliciosas y sazonadas convenientemente con la salsa de la emotividad más meliflua. Apelan a ella muchos políticos, advenedizos y trepas diversos que, utilizando las estructuras corporativas de empresas y administraciones, solo pretenden justificar su presencia, en ausencia clamorosa de la auctoritas latina, para aprovecharse y obtener beneficios del río revuelto en que se ha convertido la jungla social que nos ha tocado vivir.


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20 abril 2021

El mito de la calidad


La búsqueda del Santo Grial tiene su génesis en la literatura artúrica (siglos XII y XIII), aunque se pueden trazar orígenes más remotos a partir de leyendas y relatos celtas mucho más antiguos. En esencia, relata la historia de los Caballeros del Rey Arturo (Mesa Redonda) y su búsqueda del divino objeto usado en la última cena de Jesucristo con sus apóstoles.


Por otra parte, seguimos con las leyendas y mitos, la Piedra Filosofal era la sustancia, para los alquimistas, capaz de transmutar la naturaleza de los objetos y convertirlos en oro, otorgar la inmortalidad y, entre otras virtudes, curar enfermedades.

El hombre postmoderno está, aparentemente, por encima de estos mitos arcaicos, pero provisto de estadísticas, indicadores, sistemas de medición y otros útiles más sinuosos y sutiles recrea, aunque nos parezca mentira, la búsqueda de nuevos mitos (“Griales” y “Piedras”…) que, sin la carga de lirismo y efluvios románticos que guiaron históricamente a sus antepasados, fundamenten su existencia.

La búsqueda de la Calidad se ha convertido en uno de los mitos contemporáneos más interesantes, de cara a su análisis, que han surcado las últimas décadas de nuestra historia. Sus orígenes, cuando se rastrean, parecen ser más antiguos, aunque con diferentes nombres y definiciones. Es, en cualquier caso, durante el siglo XX y en el marco empresarial e industrial cuando este concepto adquiere sus momentos de mayor gloria y esplendor. Ciertamente, como con otros muchos conceptos e ideas, por un fenómeno de ósmosis, capilaridad y mimetismo son muchos ámbitos sociales y organizativos los que han adoptado, sin complejos, la búsqueda del “Grial” de la Calidad.

Nadie en su sano juicio, aún bajo tormento y tortura, abjuraría de la Calidad como norte de sus desvelos. Nos sentiríamos incómodos si negásemos la búsqueda de la Calidad en todas y cada una de nuestras acciones: comprar un coche, buscar una casa, educación, sanidad, ocio, consumo….. por citar solo algunos campos, de entre cientos o miles, en los que la Calidad se ha convertido en la máxima aspiración de los mortales.

Aunque se pretenda “normalizar” el término, existen muchas visiones de la Calidad. Lo que para unas personas posee las virtudes del concepto, para otras no lo es tanto. Consecuentemente, de significar tantas cosas, el término Calidad puede pasar a no significar absolutamente nada. Puede llegar a convertirse en un concepto hueco, recurrente y manido más cercano al “Mundo de las Ideas” platónico que a la diosa de la eficacia y productividad a la que pretende servir.

Dando por sentado que todos sabemos a qué nos referimos cuando hablamos del citado concepto (lo que es, probablemente, una falacia) el discurso oficial de los “Teólogos de la Calidad” focaliza su doctrina en la aplicación de técnicas ungidas por el bálsamo de la eficacia, sacralizadas por las estadísticas de la producción y santificadas, finalmente, por el todopoderoso Mercado.

Bueno sería, digo yo, la búsqueda de planteamientos serios tendentes a lo que son las legítimas aspiraciones de muchas personas: mejorar, evolucionar, solucionar los problemas…. Y eso me parecería magnífico, de verdad. Pero, una vez más, me da la impresión que asistimos a la creación de una nueva casta de mandarines, gurús o sumos sacerdotes que, con mayor o menor acierto, legitimarán con su interpretación de los hechos y la doctrina las actuaciones de los pobres mortales que se encuentran al otro lado del púlpito. Habremos, eso sí, evolucionado; ya no tendremos que sacrificar a un pobre animal (Levítico) o destriparlo para interpretar los designios divinos, sino que nos conformaremos con retirarle (si la tuviese en su poder) o denegarle una limpia y aséptica certificación de Calidad.

Qué le vamos a hacer; ya lo dijo Salomón en el Eclesiastés: “Nihil sub sole novum"… (No hay nada nuevo bajo el sol…).


13 abril 2021

El enredo como estrategia organizativa perversa


Perversión:
dícese del "envilecimiento o corrupción, sobre todo si son causados por malos ejemplos o enseñanzas".

Resulta curioso que en diversas organizaciones y estructuras corporativas la lógica del funcionamiento de las mismas se ha pervertido hasta el punto de justificar lo injustificable.

Lo razonable es que una vez detectado un problema o planteado un objetivo sobre el que trabajar, se decida articular una serie de actuaciones con objeto de generar el correspondiente producto. Esto, que parece tan sencillo de explicar, es difícil de aplicar porque en determinados casos se decide actuar sin intención de culminar o producir nada sino porque es la única manera de justificar y perpetuar las estructuras, anquilosadas y absolutamente herrumbrosas, que persisten en muchas organizaciones.

El impacto del trabajo realizado es mínimo y desastroso. Consecuentemente, surge el problema de buscar, en ese momento, material para justificar dichas reuniones o eventos.

El "drama", y el ridículo más pasmoso, sobreviene cuando no hay manera humana de justificar esa actuación y tras sesudas reflexiones se llega a la conclusión de que es muy difícil encontrar una materia medianamente importante sobre la que trabajar. No sólo se pierde el tiempo, sino que sobreviene el hastío y el desánimo. Esto genera un malestar corporativo que enrarece el ambiente de trabajo hasta límites insospechados.

Hay personajes encastrados en las intrincadas ramas de muchas corporaciones que son especialistas en revolver y enredar lo obvio. Todo ello, en primer lugar, para beneficio de sus particulares posiciones y, podríamos pensar, para justificar una diligencia inexistente que les permita alimentar su ego el mayor tiempo posible. El ejercicio del poder, una vez más, enmascara la carencia de autoridad.


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07 abril 2021

Orden y desorden social... desde la entropía.

Mantener en equilibrio y dentro de un orden cualquier organización social exige una importante inversión de energía, ya que todo sistema tiende, como evidencia el principio de la entropía, espontáneamente al desorden. Ningún sistema resiste de manera inmutable al paso del tiempo si no se invierte esfuerzo en reparar el desgaste sufrido, sea cual sea la causa. 

El concepto de entropía refleja una medida del orden, o desorden, de un sistema físico. El origen del mismo hay que buscarlo en la segunda ley de la Termodinámica, aunque su aplicación a los sistemas sociales no tiene desperdicio y, metafóricamente hablando, arroja mucha luz sobre determinadas áreas oscuras de dichos sistemas. 

Aunque no lo parezca, y ello es debido a la pericia de los gestores de los mismos, determinadas estructuras organizativas funcionan de manera fluida y adecuada. Aparentemente pueden no existir unas directrices que articulen el funcionamiento de dicho sistema pero la prueba de que existía un motor detrás del funcionamiento de las mismas resulta patente cuando cambian las circunstancias organizativas o personales y, de la noche a la mañana, ese sistema modélico comienza a presentar pequeñas disfunciones, terminando por “griparse” el motor.

A veces no se valora suficientemente el esfuerzo de personas que, día a día, contribuyen con su prudencia, profesionalidad y “buen-hacer” al funcionamiento de estructuras organizativas diversas. Esa falta de reconocimiento se combina muchas veces con críticas absurdas, infantiles e injustificadas que hacen que las personas atacadas, injustamente, vayan perdiendo poco a poco las ganas de seguir trabajando en todo aquello que hacían por vocación o profesionalidad.

No “quema” tanto el trabajo, si éste es reconfortante y nos permite realizarnos vocacional o profesionalmente, como la injusticia y la desconsideración.

Sería necesario que cada cual hiciera lo que tiene que hacer, respetar al de al lado y ponerse un poco en la piel de los demás (empatía); en suma, algo tan fácil de enunciar pero, parece ser, tan difícil de conseguir como “vivir y dejar vivir”…


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30 marzo 2021

Equilibrio y equilibristas...



Curiosa y manida palabra, donde las haya. De tanta retórica hueca que escuchamos continuamente nos viene la tendencia al uso indiscriminado de palabras y expresiones a las que vamos vaciando de significado.

El desequilibrio es la causa de muchos de los problemas y malentendidos con los que nos encontramos día a día. Conocemos a personas que sin mala intención, o con ella, plantean problemas y escenarios desde una perspectiva desequilibrada. Lejos de intentar la búsqueda de soluciones con armas tan sencillas como el sentido común, intentamos zafarnos rápidamente de los problemas planteando soluciones inoportunas que, a la larga, generan mayor confusión y solucionan poco o nada el asunto en cuestión.

La búsqueda del equilibrio exige un sacrificio que no todos estamos dispuestos a soportar, optando por la solución más rápida y desequilibrada. Recomponer la situación exige tanto esfuerzo que, la mayoría de las veces, no tenemos ni capacidad ni ganas de hacer.

La búsqueda del equilibrio exige también tiempo.

Tiempo y sacrificio son conceptos que suelen estar lejos de las prácticas sociales y personales en la actualidad. El hedonismo que nos rodea por los cuatro costados ha conseguido que la búsqueda alocada del placer nos haga huir de todo aquello que no lo represente, de manera fácil e inmediata.


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25 marzo 2021

La envidia... algunas reflexiones.


La persona envidiosa se obsesiona con demasiada frecuencia cuando observa casualmente o espía los logros de los demás. Puede, en los casos más espinosos y complicados, dejar de disfrutar de su vida o de vivir plenamente porque dedica todo su tiempo y esfuerzo a estar pendiente de los que considera adversarios, todos ellos personas que cohabitan con él, dentro de su entorno vital.


Sufre de manera desproporcionada por cosas que se encuentran fuera de su círculo de influencia, llegando a sentirse agobiado por los triunfos, logros y éxitos del resto de personas que le rodean. En los casos más cruentos, el agobio se transforma en rencor hacia todos aquellos que poseen cualquier bien, material o inmaterial, del que el envidioso no puede disfrutar. Todo ello le provoca una profunda insatisfacción y, paralelamente, socava su frágil ego alimentando un complejo de inferioridad que no hace otra cosa que crecer con los años. 

La persona envidiosa vive con angustia y amenaza los éxitos y la felicidad de los otros, llegando a mantener una competencia feroz y perpetua contra todo el mundo, mientras se consume atormentada por la envidia. No le afecta tanto que los demás tengan las cosas que él o ella desea, sino que llegamos a la cuadratura del círculo perverso y podemos concluir que desean esas cosas, precisamente, porque los demás las poseen. 

La envidia puede adquirir matices muy variopintos y formas de expresión sumamente creativas. No son infrecuentes las críticas, ofensas, difamaciones, venganzas y agresiones que las personas envidiosas dirigen hacia aquellos que han convertido en objetivos a batir. Cuando no consiguen lo que quieren, su única salida es la aniquilación del adversario. Lo intentan por todos los medios a su alcance y su objetivo final es convertir en basura aquello de lo que no pueden disfrutar, sea material o inmaterial. 

Además, es absolutamente compatible la envidia más furibunda con la inteligencia más despierta. Se trata, en este caso, de una combinación letal ya que un envidioso hábil y manipulador, además de inteligente, puede disfrazarse de amigo para asestar el golpe definitivo en el momento más inesperado, cuando los otros tienen todas las defensas desactivadas. En este caso, mientras la hiel que destilan se resbala por la comisura de sus labios, suelen ufanarse de su habilidad, experiencia y arte en contraposición de la torpeza de los pobres infelices que han sido abatidos por sus dardos envenenados. Dado que la supervivencia del que consideran rival les hace tanto daño, intentan, por todos los medios a su alcance, derribar al otro ya que reciben su impulso vital de la creencia, absolutamente falaz, de que nadie es tan perfecto como él mismo. 

El envidioso elabora un arsenal de creencias que le permite superar el profundo sentimiento de inferioridad que le genera su auto-observación. Compensa ese sentimiento desarrollando un complejo de superioridad que le faculta para vivir absolutamente inmerso en la ficción de que posee cualidades, atributos y valores de los que realmente carece. Como consecuencia, se los niega a los demás para, precisamente, defenderse de la agresión que supondría para su autoestima reconocerle esos valores a otras personas. 


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El tigre herido...