16 diciembre 2014

Diario de un perfecto imbécil (2): Como decíamos ayer...

Prosigo con mi particular cuaderno de bitácora para reflotar las miasmas psíquicas que deben aflorar a la superficie de mi consciencia. Como mi terapeuta me ha dado el visto bueno para escribir -"vomitar", me dijo, a modo ilustrativo- todo lo que se me pase por la cabeza, aprovecharé estas líneas para ir contándome y contándoles, ni más ni menos, lo que como observador privilegiado tengo oportunidad de ver y observar cotidianamente. Mis reflexiones obedecen a un fin exclusivamente terapéutico, por lo que les ruego que si atisban ciertos rasgos cínicos o mordaces en la descripción de escenas o personajes en este diario, no piensen ni por un momento que es mi psique consciente la que les habla, antes bien, mi subconsciente liberado y redimido es el autor de dichos comentarios; yo me limito a exponer disciplinada y sistemáticamente su particular visión. 
Escribía en la primera entrega de este diario acerca del personaje que tuvo la habilidad de abducir a nuestro director oficial, Cándido. Bueno, a decir verdad, este chico ya era un muñeco roto antes de ocupar el puesto dejado vacante por su padre, Don José. Criado entre algodones, sin que se le reconozcan especiales talentos juveniles, tuvo la oportunidad de estudiar en una prestigiosa universidad. Creo recordar que consiguió -o le regalaron, a la luz de su capacidad intelectual-, varios títulos académicos de cierto pedigrí y parece ser que domina tres idiomas, lo que  no deja de ser curioso ya que demuestra de manera indubitable y paradógica que uno puede llegar a ser un descerebrado en varias lenguas, tantas como se platiquen. Esto último es rigurosamente cierto; le he visto hacer el ridículo más espantoso más de una vez cuando se paseaba por las instalaciones de la empresa acompañando a clientes extranjeros, dándoselas de hombre de mundo y de ejecutivo de élite. "Pa matarlo", que hubiese dicho mi abuela...
¿Cómo se produjo la abducción del director, Cándido, por parte del administrador? Manolo y un servidor ya lo veíamos venir. El mismo día que nos presentaron al  "psicópata" comentamos que se le veían los colmillos tras la máscara beatífica que nos mostró a todos en ese momento, mientras hilvanaba una precocinada arenga ante sus, como usualmente denominaba, subordinados. Tirando de contactos, nos llegamos a enterar que el brillante ejecutivo reculó finalmente en este puesto porque lo habían laminado en su último empleo. Parece ser que lo conocían bien allí y que el temperamento y agallas de los que tuvo como superiores jerárquicos le impidió encastrarse en el escalafón de esas empresas, como era su deseo. Además, si tan bueno era y con un curriculum vitae tan brillante, ¿cómo es que había terminado aquí, en el pueblo, trabajando en una pequeña empresa? Evidentemente, este fue el último refugio que encontró en su camino porque no tenía sitio donde caerse muerto. Como Atila, que dejaba arrasados los campos por donde pasaba vertiendo sal sobre ellos, el administrador había dejado una serie de cadáveres flotantes y barcos hundidos en varios lugares de nuestra geografía. Esos mutilados de guerra -sucia, por supuesto- habían osado plantarle cara o su débil carácter les había señalado como adecuadas víctimas propiciatorias del sacrificio empresarial que el "psicópata" gustaba de practicar. Procuró el administrador, eso sí, que los restos corporativos de sus antiguos desmanes estuviesen convenientemente alejados de este sitio para que el desconocimiento sobre su persona y la fama que le precedía no arruinasen su incorporación a nuestra empresa.
Enseguida se dio cuenta, como persona metódica y controladora que es, de que le iba a ser fácil dominar y amaestrar a Cándido. Éste, un muchacho inseguro, déspota y desconsiderado, tenía ciertas ínfulas de grandeza y nunca asumió de buen grado quedarse al cargo de la empresa familiar. Sus devaneos como diletante en otros lugares y entornos por donde se movió en su juventud le habían deparado una vida cómoda y regalada, siempre con la subvención económica de su padre. Por tanto, partiendo de la premisa de que  no le agradaba el puesto ni, lo más importante, se encontraba preparado para un adecuado desempeño del mismo, se le iluminaron los ojos cuando vio que tenía a un pelota redomado, el "psicópata", que iba a ser el encargado de realizar todo el trabajo sucio que él no quería ni podía realizar. Tal para cual. Cándido, me consta, se pasó los primeros meses tras su nombramiento encerrado en su despacho ya que no consideraba necesario conocer a fondo ni al personal ni los procesos que llevábamos en marcha. El administrador, progresivamente, fue embaucándolo y en ese proceder metódico no lo dejaba ni a sol ni a sombra. Recuerdo mi frustración cuando, más de una vez, intenté gestionar alguna solicitud de entrevista por parte de nuestros trabajadores ante el director y éste, con mal gesto y cara de hastío, los derivaba inmisericordemente hacia el administrador. Eso no había pasado nunca con Don José, que conocía personalmente a todos y sabía de sus necesidades y capacidad de trabajo. Su hijo, por el contrario, exhibía una falsa familiaridad cuando ocasionalmente se encontraba con alguien, pero la artificiosa mueca de plástico que exhibía en tales encuentros pronto fue conocida y parodiada por la plantilla al completo.

Manolo y este que les habla no habíamos estudiado a nivel teórico las características del liderazgo en las organizaciones  pero, aplicando el sentido común, la observación diaria y nuestras charlas esporádicas al respecto, pudimos analizar todas y cada una de la estratagemas que llevó a cabo el administrador para, una vez anulado el director, hacerse con el control efectivo de la empresa. En primer lugar, se las arregló para que fuesen despedidos varios jefes intermedios que controlaban perfectamente sus secciones de trabajo. No sólo podían hacerle sombra, ya que él desconocía a niveles vergonzosos la naturaleza del negocio que tenía entre manos, sino que no se plegaban fácilmente a sus desvaríos dictatoriales. En más de una ocasión se le enfrentaron abiertamente ya que sus propuestas, como administrador, eran absolutamente disparatadas y demostraban una visión pueril e insustancial de la gestión de la empresa. Empezó a socavar la imagen de estos buenos profesionales, magnificando hasta extremos grotescos pequeños errores insustanciales y filtrándole al enfant terrible del director supuestas prácticas desleales hacia su persona por parte de los jefes de sección aludidos. Esta práctica difamatoria, que hubiese sido absolutamente improbable con Don José, ya que conocía personalmente a todos sus empleados, se evidenció como altamente efectiva ya que el inútil del director prestaba mucho más crédito a las melifluas y edulcoradas palabras del "psicópata" que a la reputación y servicios prestados de los trabajadores aludidos. Tanto horadó el administrador en el silencioso y constante trabajo de zapa que todos ellos, sin excepción, fueron despedidos por Cándido con el simple expediente de trasladarles que prescindía de sus servicios porque su gestión, la de ellos, evidenciaba una profunda excisión con respecto a las nuevas líneas estratégicas que él había marcado. Se abstuvo, en el fondo era un cobarde, de comentarles que la deslealtad -tal y como habían regurgitado cientos de veces en sus desvaríos confabulatorios el director y el administrador- era el principal motivo. Hasta tal punto llegó la venganza de estos dos impresentables que cuando uno de los jefes despedidos, Simón, encontró un trabajo a la semana siguiente en un pueblo vecino, intentaron por todos los medios arrojar basura sobre su reputación y llegaron a trasladar veladas amenazas a la empresa que había contratado a este hombre para que no le diesen trabajo, so pena de atenerse a las consecuencias en el futuro. Afortunadamente, el prestigio profesional de Simón era sobradamente conocido en la comarca y ello evitó que las escurridizas ratas de cloaca que pretendían extender la ejecución sumaria fuera de sus fronteras consiguieran su endemoniado propósito.

Exponer, negro sobre blanco, mis reflexiones sobre los hechos aludidos me produce una doble sensación. Por una parte, es absolutamente cierto que me sirve como válvula de escape para ir liberando miseria y porquería que andaba pululando por mi mente y de la que no era, al menos de toda, plenamente consciente. Por otra, hace brotar en mí un sentimiento penumbroso, al darme cuenta de la cantidad de barbaridades que tienen que sufrir honrados profesionales cuando caen bajo las garras de tenebrosos personajes de opereta que, sin complejo alguno, juegan con la ilusión, la vida y la vocación de personas como si de un juguete articulado se tratase. Intentaré, hasta donde me sea posible, que estas reflexiones no socaven mi espíritu y procuraré que todo aquello que traigo a colación me haga comprender, aún más, la jungla selvática, aunque paisaje bucólico en apariencia, con la que nos enfrentamos en el trabajo sin darnos cuenta. Para evitar el encabronamiento sobrevenido, término poco clínico pero altamente descriptivo, quiero dejar el retrato de estos dos personajes por el momento. Aunque los retomaré esporádicamente a lo largo del diario, tenemos otros curiosos elementos en nuestra empresa que, sin lugar a dudas, estarán encantados de conocer. Les prometo presentárselos en la siguiente entrega. Ahora tengo que cerrar el cuaderno aunque, he de confesarles, le estoy cogiendo gusto a esto de emborronar el papel...

"Las maniobras espeluznantes de personajes grotescos para alcanzar la cima y mantenerse en ella; episodios dignos de ser novelados"  @WilliamBasker




3 comentarios:

Letras de Arena dijo...

Interesante urdimbre narrativa y entramado de personajes que, en medio de su complejidad, logra captar la atención del lector y llevarlo hasta el final del relato.

JUANTOBE dijo...

Muchas gracias por tus reflexiones. Me alegra mucho que te guste el relato. En el blog lo puedes seguir. Saludos. :-)

Anónimo dijo...

Curiosa descripción de todos y cada uno de los individuos que conforman nuestra pirámide social por llamarla de alguna manera. Me acomodo y espero el próximo. Un abrazo.

El tigre herido...