31 diciembre 2014

Diario de un perfecto imbécil (5): con la terapia hemos topado.

Ayer tarde desarrollé una intensa sesión de trabajo, a ella le gusta llamarla así, con mi terapeuta. No sólo estuvo analizando detenidamente la marcha del diario, sino que estuvimos ocupándonos de la reestructuración de mis esquemas cognitivos -no se asusten, les explico la metodología en breve- con objeto de ir depurando las miasmas que habitan mi psique. Esto último, plagado de un fascinante lirismo gótico, es aportación del que suscribe; ya me van conociendo. El caso es que Pepa comenzó a desgranar la intrahistoria que habitaba entre las líneas de mi discurso, apreciando, en primer lugar, una gran capacidad de observación, expresión y análisis. Ello, me dijo, favorecerá el proceso que tenemos que realizar ya que facilitará el acceso al contenido y estructura de mis esquemas; vamos, los cajones que tengo en la cabeza donde almaceno todo lo que he vivido y lo que soy. A la luz de dichos esquemas no sólo podemos otear tu pasado sino predecir el futuro ya que éstos actúan como lente de interpretación de la realidad y de las nuevas experiencias. Trabajaremos, prosiguió, en la reestructuración de aquellos que sean defectuosos en el sentido de generarte problemas y disfunciones. Vamos, una ITV (Inspección Técnica de Vehículos) completa que me tenía por cobaya experimental.

El caso es que mi gran capacidad de observación unida a una brutal y desmedida reactividad hacen de mí una persona con capacidad probada para generar conflicto, o solucionarlo, como apostillo humildemente en mi defensa. En ese punto, le doy absolutamente la razón. Cada día que pasa aguanto menos a la sarta de imbéciles con los que me tengo que cruzar a lo largo de la jornada. Sé que tendría que ser un poco más diplomático pero mi temperamento me lo impide. Antes de conocer los principios psicológicos identitarios de mi persona, me limitaba a ser lo que era, una persona tranquila cuando me dejaban en paz y bruta, hasta límites insospechados, cuando algo me exasperaba lo más mínimo. Todos los que me conocían, desde pequeño, coincidían en este análisis y me lo recordaban continuamente. Ahora, mi terapeuta dice que, además de mi propio proceso introspectivo y reflexivo, la presión continua de mi entorno ha contribuido poderosamente a que adopte ese rol y lo asuma como algo absolutamente consustancial a mi persona. Por eso, precisamente, me cuesta tanto cambiar mi percepción y, lo que es más complicado, mis reacciones ante cualquier elemento del entorno, persona o circunstancia, que me saque de mis casillas. Intenté, porque la Señorita Milagros me lo recomendó, contar hasta diez cuando iba a saltar ante cualquier provocación, por nimia que fuera. Doña Milagros era un encanto de persona y mejor maestra; fue mi tutora durante dos cursos en el colegio. Lejos de mostrar agresividad, enseñaba con mucha paciencia y amabilidad. Cuando estaba con ella me sentía cómodo y relajado; no recuerdo ningún atisbo de ira o cabreo que tuviese a ella como destinataria. El caso es que no conseguía sosegarme si no contaba, al menos, hasta treinta y no siempre funcionaba el ingenioso truco numérico para distraer mi atención y tranquilizarme.
También estuve probando, ésta de mi particular cosecha, otra técnica para evitar la reacción visceral automática que tantos problemas me trajo en mi adolescencia. Decidí pellizcarme con fuerza en la barriga cada vez que las sienes me palpitaban de cabreo. Tras varios moratones muy dolorosos que me daba vergüenza confesar a mi madre, decidí combinar los puntos de presión corporal para evitar que se acumulase el daño. Aunque al principio funcionó algo mejor, ya que no me dolía tanto un trozo exclusivo y relativamente pequeño de mi piel, con el tiempo me fui acostumbrando y, parece mentira, le llegué a coger cierto gusto al pellizco. Lo abandoné por inútil, no recuerdo cuándo exactamente. 

Pepa, mi terapeuta, se quedó un tanto asombrada ante esta última confesión y me indicó que, afortunadamente, la buena noticia consistía en que yo había abandonado ese tipo de prácticas ya que podrían haberme llevado, con el tiempo y la constancia en su práctica, a sumergirme en el oscuro territorio del masoquismo o quién sabe... Me pareció un poco exagerada, aunque no le quité la ilusión contradiciéndola, y me limité a sonreir y asentir levemente cuando evacuaba esos comentarios. Difícil escenario el que me comentaba ya que creo recordar que la abandoné porque me dolía mucho y, lejos de sentir demasiado placer, me dejaba dolorido durante varios días el resultado de mi particular terapia aversiva para el control de los impulsos. Además, no creo que pudiese haber transitado por la vía que apuntó Pepa, ya que ni me veo como un sádico ni recuerdo haberme visto en mi juventud adoptando ese rol. No mato ni a las hormigas, que ya es decir. Cuando, arando mi pequeño huerto, descubro un hormiguero y contemplo a los industruosos bichitos trabajando afanosamente , evito destrozarlo con la zoleta (azada, para los que no dominen la jerga especializada) e, incluso, les suministro un poco de comida en forma de trozos de zanahoria o terrones de azúcar. Así de imbécil es uno, qué les voy a contar que ya no hayan descubierto a ese respecto.
Mis esquemas cognitivos filtran la realidad de una manera excesivamente simple, a juicio de mi terapeuta, por lo que contribuyen de manera efectiva a que no repose ni reflexione antes de actuar. Me recomienda encarecidamente que analice con calma mis pensamientos y que no actúe de manera automática ante las imágenes que me vienen a la mente, tan pronto como aparecen. La receta es fácil de exponer pero, le manifiesto, difícil de aplicar ya que mis esfuerzos encaminados a domar ese ímpetu natural y cimarrón que me sobreviene ante cualquier evento son vanos y frustrantes. En cualquier caso, concluyo para tranquilizarla, intentaré aplicarme de manera disciplinada y le iré contando en próximas sesiones. A decir verdad, el registro de incidentes críticos de la última semana no incorpora ningún incidente oscuro del que tenga que arrepentirme. He deambulado pacíficamente por el trabajo y el entorno sin que se haya producido ningún elemento que requiriese ser reflejado en tal nómina de eventos críticos.
Terminamos la sesión tras valorar los progresos y mandarme la correspondiente tarea semanal. El enfoque del diario le atrae, me confiesa, pero quisiera que profundizase aún más en mi persona. Le prometo que le dedicaré alguna entrega, a ustedes también, hablando de mí. Hasta ahora no saben a qué me dedico exactamente; me aplicaré el cuento y les contaré las cuitas y menesteres a los que dedico el tiempo en mi trabajo.
Me voy relajado para casa, que ya es mucho. De seguir así, podré dejar los tranquilizantes en un breve lapso de tiempo, tal y como me ha comentado mi terapeuta. Esperemos que así sea porque me atribula mi ánimo el cargo de conciencia que se me queda cuando me tomo sólo una pastilla de cada tres que tengo prescritas. Digo yo que algún efecto me harán, ¿no creen...?

"El análisis de los esquemas cognitivos de nuestro particular paciente arrojó curiosas reflexiones sobre la terapia utilizada..." 
@WilliamBasker

1 comentario:

Unknown dijo...

Divertida muestra de una sesión psiquiátrica/paciente. Un relato con palabras muy inteligentes, que demuestran conocer bien la naturaleza humana. Rosa

El tigre herido...