27 enero 2015

Diario de un perfecto imbécil (10): y llegó la tecnología (1ª parte).



Creo que la terapia que estoy llevando a cabo me está generando una interesante, inesperada y productiva evolución en lo que concierne a mi psique, en general, y a la reactividad congénita que me apabullaba, en particular. Según mi amada esposa, "ya no se me va tanto la olla"; versión de mi psicoterapeuta: "estás ahondando en la proactividad". Sea como fuere, en un momento anterior al que les hablo ahora hubiese tildado la iniciativa del administrador como  de  una soberana plasta de elefante; de esas humeantes, calientes y apestosas que se espachurran en el suelo tras despeñarse desde el "orto" -léase aquí "recto"- del imponente probóscido cuando su metabolismo le invita a despojarse del producto desechable de su digestión. Ahora, ya les digo, mis labios etiquetan tal desvarío organizativo como "disfunción estratégica". Mi terapeuta se maravillará, sin lugar a dudas, cuando lea estas diplómáticas y estilizadas palabras. 

Sin mayores preámbulos ni alegorías zoológicas paso a explicarles el motivo de mi cabreo, perdón, enojo (tengo que cuidar mi léxico; me recuerda Pepa en cada sesión). A nuestro amado y nunca bien ponderado administrador (el "hijoputa" del psicópata, en mi vida anterior) no se le ha ocurrido mejor idea para gestionar las comunicaciones internas de la empresa que instalar un sistema de mensajería instantánea en cada uno de los ordenadores que se manejan allí. Aunque no se ha esforzado mucho en preparar ningún memorandum a los que suele tenernos acostumbrados, he de comentarles que nos remitió a todos -vía e.mail, por supuesto- un exiguo mensaje donde se nos comentaba tal inicitativa, refiriéndose a ella como una "técnica experimental en fase de pilotaje para regenerar y modernizar los obsoletos canales de comunicación corporativa de esta empresa". Su justificación: "eliminar las distracciones y desplazamientos innecesarios al tiempo que optimizar los intervalos de trabajo efectivo empleados en cada uno de los procesos internos". El dislate, porque no merece otro nombre, estaría plenamente justificado en el supuesto hipotético de que el número de empleados de esta empresa fuese muy alto; recordemos que no llegamos a cuarenta en la plantilla, incluyendo a las dos becarias. Por tanto, esa nueva situación nos olía, a Manolo y a mí, a cuerno quemado ya que difícilmente la productividad iba a mejorar de manera sensible si aplicábamos, como se nos exigía en el mensaje, "de manera rigurosa y con carácter obligatorio..." el nuevo sistema para interaccionar entre nosotros. Por tanto, fieles a nuestra costumbre de analizar la realidad y ponderarla de manera crítica, nos dispusimos a la faena de intentar otear los verdaderos motivos e intereses que habían iluminado al muchacho aludido anteriormente para regalarnos la citada e innovadora medida tecnológica.

Lo primero que hicimos ambos fue obedecer los mandatos de la superioridad y cada día, cuando abríamos nuestro ordenador, nos saludábamos amablemente, haciendo uso de la novísima herramienta corporativa. Para muestra, un botón: "Hola, buenos días",..., "Buenos días...."....., "¿Qué tal ha dormido usted esta noche?"...."Pues, a decir verdad, regular; tengo unas almorranas (hemorroides) que me están matando y cada vez que me vuelvo en la cama me hacen ver las estrellas..." y así seguíamos durante varios minutos.
Sí, como oyen. Ése era el inusitado contenido de nuestras interacciones comunicativas al comenzar cada jornada. Aunque nuestros despachos estaban contiguos, a menos de cinco metros, ello no era óbice para que, como virtuosos y serviciales empleados, utilizáramos la nueva herramienta corporativa para intercambiar mensajes internos y evitar levantarnos de la mesa. La verdad sea dicha, tras unos días de cachondeo mensajeril, al que se sumaron de manera entusiasta varios de nuestros compañeros, nos pareció prudente disminuir el clima distendido de jarana generalizado, no fuera a ser que estuviésemos metiéndonos en el fango sin saberlo. Por tanto, volvimos a transmitir mensajes de naturaleza logística breves y encriptados que evidenciaban nuestra adhesión incondicional al uso de las nuevas tecnologías. A saber:  "Aquí cobra siete, enemigo a las cuatro, disponiéndose a entrar en la sala de fotocopiadoras, cambio".... "Cobra siete, aquí gruya ninfómana de la pradera, el objetivo se ha desplazado a las doce, parece ser que se dirige velozmente a evacuar al W.C.... cambio y corto". Ni que decir tiene que borrábamos todos los mensajes enseguida, no fuera a ser que alguien se dedicase a espiarnos. No obstante, no terminábamos de fiarnos del psicópata ni del jefe, ni de su afán taylorista y compulsivo por controlar todo lo que se moviese dentro de aquellos muros.

Tras esos ratos de esparcimiento electrónico, Manolo y el que les habla aprovechamos uno de nuestros desayunos para analizar con cierta profundidad, ahora en una clave más seria y objetiva, el nuevo orden digital que nos había sido impuesto. Afortunadamente, nadie nos había privado, aún, de esos ratitos de interacción cara a cara que tan buenos momentos nos aportaban a todos.
 
Manolo que, como recordarán, ejerció importantes responsabilidades en el ámbito de nuestra organización, comenzó a valorar la nueva medida de control de una manera objetiva y absolutamente crítica. Según su opinión, que comparto, dado que las comunicaciones electrónicas evitan los encuentros personales cara a cara, éstas propician la comisión de entuertos y, llegado el caso, de crueldades que no se verán aliviadas por el hecho de tener que pasar el mal trago de comunicar a cualquier persona una noticia desalentadora mirándole a los ojos. El motivo fundamental de tales desmanes no es otro que acceder a través de su uso a un entorno donde el engaño estratégico es relativamente fácil de articular y ello conlleva pocos riesgos de tipo psicológico para los actores. En otro orden de cosas y salvando la necesaria distancia, no olvidemos, prosiguió, que la estrategia de exterminio llevada a cabo por los genocidas alemanes durante la segunda guerra mundial se vio altamente favorecida por el uso aséptico y procedimental de una nueva tecnología industrial puesta al servicio de las masacres que se llevaron a cabo en los campos de concentración y exterminio. Aunque pueda esto último parecer un ejemplo extremo e inalcanzable en los tiempos que corren, no podemos olvidar que el trato humano suaviza cualquier medida, por cruenta que pueda llegar a ser, mientras que la asepsia de las comunicaciones informales propicia, para gente con pocos escrúpulos, la comisión de auténticas barbaridades; total, no tienen que enfrentarse a la cara con nadie para transmitir cualquier tropelía. No hay que remontarse tan lejos en la historia para apreciar que aquellas empresas líderes en el ámbito de Internet  en las que se llevan a cabo los juegos de poder organizativo más despiadados han sustituido prácticamente todas las relaciones cara a cara por comunicaciones electrónicas. En ese contexto, se recortan departamentos y se parcela irracionalmente la información para que cada departamento desconozca qué ocurre o les sucede a los demás.
En ese ambiente anteriormente descrito, la gestión del conflicto y los problemas comunes se convierten en algo muy complicado. No olvidemos que el conflicto, per se, no es algo necesariamente malo ni catastrófico. Antes bien, puede ser entendido como instrumento para hacer visibles los problemas soterrados que subyacen a cualquier entorno organizativo y, de ese modo, propiciar que puedan abordarse y, llegado el caso, solucionarse. Sólo aquellas personas con responsabilidades directivas que son sensibles a este paradigma pueden gestionar de manera humana y efectiva los problemas diarios de cualquier empresa o departamento. Para ello, lógicamente, hay que invertir tiempo y esfuerzo. No es fácil afrontar, cara a cara, el malestar de personas que se encuentran en momentos difíciles o comprometidos, pero es necesario asumir que el trabajo de campo, sobre el terreno, es algo consustancial al ejercicio de responsabilidades organizativas. Ninguna comunicación electrónica, por rápida, efectiva o novedosa que sea, puede sustituir al abordaje directo y personalizado del conflicto.

Asentía plenamente a la disertación de Manolo que, como siempre, me iluminaba sobre determinados aspectos en los que no había profundizado suficientemente. Le pregunté su opinión, aunque ya me la había avanzado nítidamente, sobre el futuro de las comunicaciones electrónicas en nuestra empresa. Ramón, prosiguió mi buen amigo, no olvides nunca que si al estratega (dudo mucho que nuestros actuales directivos lo sean en el sentido más noble y profesional del término) le interesa moderar cualquier conflicto, evitará las comunicaciones informatizadas y las sustituirá por encuentros cara a cara. Ni que decir tiene que si hay comida (desayuno, almuerzo, café,....), mucho mejor; los ánimos se relajan ostensiblemente cuando compartimos la liturgia del condumio con otros. Además, en casos altamente tensionados, llegará incluso a prohibir cualquier encuentro que no se produzca en presencia de terceras personas que puedan llegar a desempeñar el rol de agentes mediadores.

Seguimos hablando un rato más sobre la gestión del conflicto y el uso de las tecnologías. Las reflexiones fueron de tal interés que me resisto a privarles de las mismas. Ahora tengo que dejarles. He aprovechado un rato para redactar las líneas precedentes pero tengo que salir en unos minutos de casa y me he dado cuenta de que preciso cierto sosiego y tranquilidad para poder expresarme adecuadamente. En cualquier caso, les prometo que retomaré esta entrada del diario que estoy llevando para hacerles llegar las reflexiones que me trasladó Manolo a continuación de las que les he contado hoy.



"La capacidad para gestionar el conflicto como indicador inequívoco del ejercicio adecuado de la dirección estratégica."

                                                @WilliamBasker





























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