02 septiembre 2015

REALIDAD VIRTUAL


Cerró la sesión de chat con aquel maromo, su última conquista telemática, jadeando en la distancia. Al menos, eso parecía desprenderse de las últimas líneas que aparecieron en su pantalla antes de cortar la comunicación ("mmmmmmmmm...!!!!"). "Amatista húmeda", su último nick (uno de tantos que había utilizado en los últimos tiempos) le había procurado, como por arte de ensalmo, innumerables peticiones de contacto que saltaban como brillantes bombillas cuando iniciaba sus sesiones de chat. Nada  tenía que ver este divertimento con su verdadera identidad sexual. 

En la vida real, había probado prácticamente todo lo que se le había puesto a tiro. Disfrutaba de un equilibrado balance entre su cerebro femenimo y el masculino. Recurría, indistintamente, al uso de aquel que mejor se adaptase a las cambiantes circunstancias del entorno. "Adaptación o muerte", era uno de los mantras; el último lema que había incorporado a su imaginario personal. Estaba inspirado en sus innumerables lecturas evolucionistas que, a lo largo de los años, había fagocitado por el mero placer de leer sobre esta temática. Había aplicado ese área de interés a su propia vida y toda su existencia giraba en torno al concepto del cambio y del "eterno retorno". En su escritorio, bien a la vista, había escrito las palabras mágicas que le servían de guía cuando la tormenta, del tipo que fuese, aparecía en su vida. Fáciles ecuaciones que sintetizaban su particular visión de las circunstancias que le rodeaban. Ambas inspiraban cualquier asunto que cayera en sus manos y sobre el que tuviera que reflexionar para extraer alguna conclusión.



FORTALEZA + FLEXIBILIDAD = SUPERVIVENCIA.

FORTALEZA + RIGIDEZ= EXTINCIÓN. 

Amatista era un juego, un experimento informal que su intrépida y juguetona mente necesitaba para evadir el tedio. La foto que ilustraba su perfil era lo de menos. Tras bucear por la red se había quedado con la imagen de aquella modelo de pelo leonino que, de manera insinuante, miraba al mundo a través de unas bonitas gafas de diseño, seguramente impuesta más por la estética que por las dioptrías de aquella hermosa chica. Ahora estaban de moda las gafas, incluso hasta el punto que algún famoso presentador de una cadena de televisión había confesado en una entrevista que las llevaba por imposición de la productora. Servidumbres de la fama; nada nuevo bajo el sol.

La mirada de la foto y su nombre de guerra parecían excitar sobremanera a muchas personas, especialmente hombres, que tenían la ocasión de encontrar su perfil en la red. No le hacía falta, de hecho no era el caso, frecuentar las páginas de contactos ni de relaciones. Estaba presente en diversos foros, grupos y comunidades que nada tenían que ver con la sexualidad o la búsqueda de relaciones íntimas. Algo tan explícito no era lo suficientemente estimulante y el instinto de cazador indómito que transpiraba por todos los poros de su piel necesitaba ciertos refinamientos que la burda y directa, por soez, insinuación de un polvo telemático nada más interactuar con otro perfil, le aburría soberanamente. El cortejo era un arte refinado que exigía tiempo, esfuerzo y dedicación. Había encontrado más placer y divertimento en algunas de estas relaciones anónimas que en muchos de los innumerables asaltos pasionales que había vivido en su vida real, fundamentalmente para saciar su indomable sexualidad y deseo fisiológico. Ahora, en la mitad de su tránsito vital, compatibilizaba de forma discreta su normalizada y anodina vida social con las travesuras que le añadían divertidas gotas de aroma silvestre y picante, eso sí, homeopáticamente dosificadas. 


Esbozando su mejor sonrisa, salió del despacho y se dispuso a recibir a su próxima clienta. El ejercicio de la abogacía era algo que no le disgustaba en absoluto. Siempre le había fascinado relacionarse con la gente y aquí había encontrado un excelente caldo de cultivo para saciar esa pasión personal. Otras pasiones, más interesantes y sublimes, habían encontrado en la red un magnífico vector de expansión que, hasta el momento, combinaba e integraba sin especial problema con su apacible y, en apariencia, anodina vida. 




2 comentarios:

Sotriva dijo...

Cada persona tiene una realidad. Lo importante es que lo comprenda.
Me encanta leerte, gracias.
Besos.
Soraya.

Mila Gomez dijo...

Otro fantástico relato con una provechosa lección de vida. Me gustó mucho leerlo. Un abrazo.

El tigre herido...